EL MISTERIO DE PETER ZUMTHOR. SERGIO DE MIGUEL. Circo. 2000
EL MISTERIO DE PETER ZUMTHOR
Se decía que Kandinsky gozaba del don de la sinestesia. Esa
cualidad por la cual los sentidos entran en comunicación. Por la
que, por ejemplo, se nos viene a la mente una imagen cuando
escuchamos una determinada música, o por la que recordamos un
aroma cuando estamos en un determinado lugar. Él lo aplicaba a
la pintura. Ese era su oficio. Y desde su particular condición
intentaba objetivizar sus experiencias estéticas. El porqué de
la “temperatura” de un color, o el “significado” de una forma.
De esto hace casi un siglo, por tanto, hoy ya no nos sorprende.
Después de la revolución audiovisual que nos ha acompañado en
los últimos tiempos todos hemos aprendido a ser “sinestésicos”
de alguna manera.
Hace no demasiado tiempo un alumno nos mostró una copia de un
plano. Se trataba de una planta exquisitamente dibujada. En ella
se disponían dos piezas de muy diferente tamaño. La grande era
una pieza rectangular particularmente esbelta. La pequeña era un
cuadrado ligeramente girado que se aproximaba a uno de los lados
largos de la pieza de mayor tamaño, aproximadamente en el tercio
de su longitud, dirigiendo su diagonal al punto donde se
practicaba una pequeña abertura, sin duda el acceso. El
cuadrado, muy vahído, se oponía al rectángulo de apariencia
porosa y de gran nitidez, enfatizando con su contraste el punto
de entrada. La gran nave estaba compuesta, a su vez, por
distintos recintos dentro del perímetro principal, encerrados
todos ellos por muros de obsesiva línea discontinua. El
cuadrado, encerraba lo que parecía la representación de una
ruina. Completaba la escueta planimetría una representación
geometrizada de un terreno levemente emergente invadido por la
pieza longitudinal. Un dibujo sin duda enigmático pero
atractivo.
-Zumthor-, se limitó a decir el alumno con un pequeño
encogimiento de hombros, como si no necesitase más explicación.
Los que allí estábamos, al fijarnos, compartimos por un breve
instante un atento silencio. Aquel dibujo tenía sabiduría. Tenía
duende. Provocaba respeto.
-Zumthor-, pensé yo, pronunciandolo despacio y con voz cavernosa
podría ser el nombre de un mago de turbante, túnica y ojos
p e n e t r a n t e s .
Aquella planta resultaba interesante. A su intensa simplicidad y
economía formal había que añadir su gran precisión, su rotunda
intencionalidad, desde luego poco corriente. Aún cuando era muy
abstracta tenía un claro pensamiento constructivo y un elocuente
sentido de la densidad. Era muy sugerente.
Se trataba de la planta del Concurso para el Centro de
documentación y exposición internacional llamado “Topografía del
Terror” en Berlín. En el lugar donde se levantó, entre 1933 y
1945, el centro administrativo principal del régimen Nacional
Socialista, el “sancta sanctorum” del poder nazi.
Al consultar otros dibujos se entiende la propuesta. Su urdimbre
de soportes y vigas de madera, de apariencia vertical en la nave
y horizontal en el pequeño cubo de la ruina, sus diferentes
salas vaciadas en el continuo de estructura. Pero lo realmente
importante es la estrategia formal y constructiva de esa planta.
Lo que esa manera de construir permite “rememorar”.
Para el pionero Kandinsky la vertical era “cálida” y la
horizontal era “fría”. Para Zumthor cuestiones como la
“temperatura” adivino que están más relacionadas con el uso del
material, con las luces y las sombras, con la textura y con
aspectos como la densidad o la cantidad de materia que con la
mera disposición en el espacio. Es más, creo que se percibe con
claridad que el contenido del conjunto de las operaciones
formales realizadas va encaminado a fabricar con sencillez una
determinada atmósfera, un lugar de características concretas, un
diálogo de encuentros capaz de sugerir emociones y sensaciones.
Más que significados, su arquitectura va encaminada a conectar
“sinestésicamente” al espectador con una realidad diferente.
Y entendiéndolo así es precisamente cuando se reconoce en esos
dibujos el dramático título del proyecto: -”Topografía del
Terror”-. Es entonces cuando la obra de Zumthor empieza a
desvelar sus misteriosas intenciones, el porqué de sus
sorprendentes resultados.
La exagerada relación de tamaño entre las piezas, el deliberado
contraste entre la textura vertical y la horizontalidad formal
de la nave, la velada oscuridad del cubo frente a la radiante
claridad de la pieza principal, la suave ondulación del terreno
y la linealidad de las construcciones, la voluntad de liberar
vacíos a través de la creación de macizos, hacen que el proyecto
de Zumthor sea una conmovedora sinfonía de oposiciones, una
composición abstracta de luces, formas y materiales que consigue
disparar los resortes de la memoria más que de la
interpretación.
Porque, efectivamente, este proyecto nos
retrotrae más al mundo del recuerdo, al universo de las
sensaciones fijadas, que al incierto campo de la comprensión
objetiva, tantas veces innecesario.
¿Estamos frente a una arquitectura escenográfica?. Porque
parecidas palabras se podrían decir del pétreo edificio de baños
termales en Vals, o del vítreo museo en Bregenz. ¿Estamos frente
a un prestidigitador, frente a un ilusionista, seducidos por un
mago de la fantasía arquitectónica?. Su arquitectura nos
hipnotiza con la fuerza del contraste, con su pericia en la
composición de parejas de opuestos, con su lenguaje de intenso
vocabulario. Pero sobre todo, su arquitectura nos obliga a
viajar en el recuerdo, nos lleva a experimentar de nuevo
sensaciones ya vividas, sus volúmenes nos transportan al
reconocimiento de vivencias que tienen que ver con lo que cada
edificio quiere ser.
Zumthor nos desvela parte de su secreto: su arquitectura está
basada en la abstracción de imágenes puras y dirigida al
reconocimiento de los recuerdos, él escribe:
“Cuando pienso en
arquitectura, las imágenes vienen a mi mente. Muchas de esas
imágenes están conectadas con mi formación y trabajo como
arquitecto. Ellas contienen el conocimiento profesional sobre la
arquitectura que he recolectado a través de los años. Otras
tienen que ver con mi infancia. Con el tiempo en el que
experimentaba con la arquitectura sin pensar acerca de ella.
Algunas veces puedo todavía sentir un tirador concreto en mi
mano, o una pieza de metal con la forma de la parte de atrás de
una cuchara.
Suelo darme cuenta de ello cuando voy al jardín de mi tía. Ese
tirador de la puerta sigue pareciéndome una especial señal de
que entro en un mundo de diferentes estados de ánimo y olores.
Recuerdo el sonido de la grava bajo mis pies, el suave crujido
de la encerada escalera de roble. Puedo oír la pesada puerta de
acceso cerrándose tras de mí según avanzo por el oscuro corredor
y entro en la cocina, la única estancia verdaderamente iluminada
de la casa. [...] Recuerdos como estos son los que contienen la
más profunda experiencia arquitectónica que conozco. Ellos son
la reserva de las atmósferas arquitectónicas y las imágenes que
exploro en mi trabajo como arquitecto”. ( 1 )
Kandinsky, en su día, se dedicó al difícil cometido de
objetivizar el proceso de mirar, más allá de practicar la
pintura. Zumthor, hoy, no parece que quiera con su arquitectura
hablar de arquitectura, ni siquiera de sí mismo, sino encontrar
una manera de establecer vínculos entre la presencia y la
memoria, en definitiva, entre lo tangible y lo intangible.
(1). ZUMTHOR, Peter. “Thinking Architecture”. Birkhäuser. 1999. “A way of looking at things” (In search of the lost architecture) pág. 9.
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